lunes, 27 de abril de 2020

RELATOS DEL CONFINAMIENTO, "EL QUIRCE", HELENA LINARES, 2º B2IH

Libro 7:  EL Quirce

NOTA: recreación literaria personal del libro de Miguel Delibes Los santos inocentes, tratando de imitar su estilo.


Portada del libro de la ed. Destino Clásicos
Quirce, el de Paco el Bajo, sabía que era paleto, que era él un zagal de 18 años con un hermano mayor que solo se preocupa del tractor y de engañar a su tío. Quirce, el de Paco el Bajo, sabía que su tío era retrasado, una carga para su ya pobre y castigada familia. Quirce sabía que su hermana Charito, la niña chica, hacía llorar a su madre todas las noches antes de dormir y después de rezar un rosario.  

-Ea señor, yo sé que pone´ nuestra fe a prueba y que aprietas pero no ahoga´… pero ¿No tuve bastante yo ya con cuidar de mi hermano toda la vida? 

Ese era el lamento que la Régula pronunciaba todas las noches, como si fuera un añadido que hizo a sus plegarias. Quirce, el de Paco el Bajo, también sabía que su otra hermana, la Nieves,  había empezado a mocear antes de tiempo, que se había hecho una mujer bonica y que en la casa de arriba la miraban con ojos golosones. Quirce, el de Paco el Bajo,  sabía que uno de ellos era el señorito Iván y eso al Quirce le hacía hervir la sangre. Pero Quirce sentía que ese sentimiento no venía porque el señorito Iván mirase mal a su hermana, era porque el señorito Iván no lo miraba así a él.  

Quirce, el de Paco el Bajo,  sabía que era maricón desde chiquito, cuando veía entrar al señorito Iván por la puerta del cortijo todo arregladito y formalito, con sus ojos azulones que le recordaban al cielo del verano más profundo y sus andares de rico,  a Quirce, el de Paco el Bajo, le parecía un rey de esos de las historias que le contaba su madre para dormirlos o,  aún mejor,  le recordaba a algunos de los oficiales de Franco, serios y formales como debía ser un hombre. Quirce, el de Paco el Bajo, sabía que él no era un hombre. Por eso dejó de reír, por eso empezó a beber y a escaparse siempre que podía del cortijo. No quería que su madre, su pobre y bendita madre, viera que había parido a un joto, un degenerado, un maricón como los llamaba el señorito Iván.  

Quirce, el de Paco el Bajo, sabía desde crío que el señorito Iván era un pijotero de ciudad, y mala persona, pero lo que no podía entender ni saber Quirce era por qué el señorito Iván le hacía sentirse como lo hacía, ya de mozos, e incluso de adultos. Quirce no quería que nadie supiera que era un joto, por eso prefería callar, si estaba callado la gente no podría apreciar la corrosión y la impureza de lo que pensaba. Peor fue cuando empezó a ayudar al señorito Iván con su caza. 

El señorito Iván no paraba de repetir lo que para él era una continua puñalada en el estómago, una y otra vez esa palabra que acababa por sus oídos como cuchillas: “maricón”. Quirce se la había escuchado decir muchas veces al señorito Iván, pero no a él directamente, y era consciente de que se lo decía a todo el mundo, no se lo decía con conocimiento de causa pero, claro,  para Quirce, el de Paco el Bajo, escuchar cómo se lo decía a la cara el señorito Iván le retorcía algo dentro. 

- ¿Quirce, tú eres muy callado, no? 
- Sí,  señorito Iván. 
- Por Dios. Quirce, no me seas maricón y dime Señor, que para algo soy algo mayor que tú. Muéstrame respeto. 
- Perdón, señor Iván. 
- Ves cómo eso suena mejor, y,  bueno,  no es que a mí me interese irme con alguna puta de campo, en la casa de arriba me sirven muy bien, y tengo grandes vistas, si tú me entiendes bien.- Quirce solo miró al suelo, tenía una bola de emociones en la garganta, se concentró como nunca lo había hecho para poder odiar al señorito Iván, pero no fue capaz, como siempre pasaba.  Ante el inmaculado silencio de Quirce, el señorito Iván se puso un poco nervioso, no estaba acostumbrado a que no le respondieran unos pordioseros de campo con una risotada bobalicona, casi de sátiro demente,  cuando hacía algún comentario sobre sexo, pero Quirce no lo hizo y el señorito Iván hubiese jurado y perjurado que Quirce, el de Paco el Bajo, estuvo a punto de llorar, por lo que decidió continuar hablando, para ver cuándo se rompía su nuevo entretenimiento.
 - Venga,  hombre, ¿ no me digas que no has catado a las mozas del pueblo?
 - No,  señor Iván. - La respuesta de Quirce fue rápida, gélida y faltaba cualquier rasgo de emoción en ella. 
- Pues no sabes lo que te pierdes, Quirce, pensaba yo que eras más espabilado que tu hermano Rogelio. Yo pa´mi que es bujarra
Iván pudo percibir cómo ante la aparente indiferencia de Quirce, el de Paco el Bajo, el mozo de caza apretaba mucho los puños y casi de manera instintiva respondió con más rapidez y genio del que cabría esperar para alguien callado:
 - Señor Iván, hágame el favor se lo pido por Dios de no llamar esas cosas feas a mi hermano.  
- Venga ya, Quirce, - El señorito Iván dirigió su mirada a otro árbol donde no habían colocado aún ningún palomo. -Súbete al árbol rápido y ponme ahí un par de palomos que quiero practicar un poco más antes de que venga el cónsul.  
Quirce se dirigió al árbol sin rechistar y la conversación quedó zanjada. O eso pensaba él. Más tarde esa noche, cuando el señorito Iván había intentado por decimocuarta vez hacer que Paco el Bajo, se fuera de caza con él,  divisó a lo lejos a Quirce, con andares tranquilos y el señorito Iván pensó en que si quedaba sangre mora en España, el Quirce era un ejemplo muy claro. Moreno que parecía casi ennegrecido aposta,  una barba especialmente frondosa para ser tan joven, ojos negros tizón y pelo azabache, grueso y rizado, al señorito Iván le recordaba a las alas de los cuervos. Comparado con él, pensaba el señorito Iván, Quirce, el de Paco el Bajo, era feo a rematar y que normal que las mozas no se le quisieran acercar. Pero había algo más, el señorito Iván no era conocido especialmente por ser el más espabilado de todos pero parecía que había nacido con un sentido especial para saber cómo molestar a la gente. Si de algo estaba orgulloso el señorito Iván aparte de por su espectacular capacidad para cazar, era que podía conseguir lo que quisiera y cuando quisiera con solo decir las palabras adecuadas en el sitio y tono adecuados.  

Y ya que Paco el Bajo no iba a irse con él de caza por una estúpida molestia, que tampoco veía él la gravedad, el señorito Iván decidió que era el momento de molestar a los sirvientes del cortijo. Cuando Quirce, el de Paco el Bajo,  vio que el señorito Iván se le acercaba con movimientos galantes, con el chaleco de la chaqueta un poco desabrochado y una mano en el bolsillo del pantalón, a Quirce se le cortó la respiración.- Que el señor me perdone por estos pensamientos impuros- se dijo para sí Quirce e intentó alejarse rápidamente, no quería hablar con el señorito Iván, no quería exponerse como lo había hecho antes. 
 - Quirce, hombre, venga para acá que quiero hablar con usted.- Quirce se quedó sorprendido porque lo había tratado de usted. 
- Pues usted dirá, señor Iván.- Le respondió Quirce con la cabeza agachada, acababa de volver de estar cargando sacos de pienso para los caballos y de ayudar a su hermano Rogelio con el tractor, estaba sudado y lleno de grasa, no era la imagen que quería que tuviera el señorito Iván de él. 
- Quería felicitarle por la caza de esta mañana, no ha sido una de mis mejores cacerías pero usted ha servido como debía- a cada palabra que decía se le acercaba más a Quirce y este el pobre solo sabía asentir y mirar a sus sucios y desgastados zapatos. Pero entonces el señorito Iván le cogió del mentón y le levantó la cabeza dirigiéndola hacia sí, como el señorito Iván era más alto que Quirce, cuando éste se irguió se le quedó mirando directamente a los ojos al señorito, esos ojos tan azules que aun en mitad de la noche se podían distinguir y vio la expresión relajada que tenía el señorito Iván, la pose serena, la media sonrisa desenfadada, todo en su expresión corporal invitaba a Quirce, el de Paco el Bajo, a que se tranquilizara, pero cuanto más le miraba a los ojos más le temblaban las piernas.  
- Hice lo que me se mandó a hacer, señor Iván.
 Entonces el señorito Iván,  sin quitar la mano de la cuadrada mandíbula de Quirce, el de Paco el Bajo, se aproximó muchísimo a su cara, directo, a Quirce le iba a dar un ataque al corazón pues pensaba que le iba a besar, pero en el último segundo cambió el rumbo haciendo que solo sus mejillas se rozaron, y le dijo al oído con la que Quirce hubiese jurado ante Dios que era la voz de los mismísimos ángeles: 
- Aun así yo te lo quería agradecer,  Quirce. 
Y con las mismas el señorito Iván se dispuso a largarse campante por en medio del cortijo dejando a Quirce, el de Paco el Bajo, sin respiración y con la cabeza llena de pensamientos que lo mantendrían despierto toda la noche. ¿Cómo se había dado cuenta de lo que era?, ¿ Lo sería él también?, ¿Qué iba a pasar entre ellos ahora? ¿Estaba jugando solo con él por desprecio? Preguntas que se repetían en su cabeza durante toda la noche mientras el Quirce se acariciaba la mejilla que le había rozado, como si fuera su reliquia más preciada y por un segundo el Quirce sonrió, sin que hiciera falta que su hermano se tuviera que meter con su tío. 

Pero al día siguiente cuando el señorito Iván prefirió llevarse a su tío para la cacería en vez de a él, Quirce, el de Paco el Bajo, con una mezcla de despecho, miedo y celos, empezó a preguntarse qué habría pasado para que no lo quisiera volver a ver. ¿Había sido su culpa?, ¿lo habrían descubierto y el señorito tenía que disimular? y la que para él era más peligrosa y más terrible que el resto de preguntas que se estaba haciendo ¿habría estado el señorito Iván riéndose de él y todo era mentira?  

Por eso cuando el señorito devolvió a medio día al Azarías al cortijo y Quirce se enteró de que el señorito había matado a la milana de su tío, se le acercó pudoroso como un niño que acababa de hacer una fechoría e intentaba ocultarlo. 
- Si mi tío se encuentra indispuesto esta tarde, puedo acompañarlo yo a la cacería, Señor Iván.
 Y el señorito, enfadado, le miró con repugnancia y con desdén le contestó preguntándole:
 - ¿Por qué iba yo a hacer eso, para que me vuelvas a dejar en ridículo?, venga no me seas maricón, Quirce.  
Quirce se quedó paralizado, ¿cómo había podido el señorito cambiar tanto de opinión sobre él en cuestión de días? Quirce estaba hasta con ganas de llorar porque todas sus preguntas quedaban respondidas y él luchaba contra el nudo que tenía en la garganta. Aunque la gota que colmó el vaso para Quirce, el de Paco el Bajo, fue cuando el señorito Iván le cogió del brazo, lo zarandeó un poco y le dijo con el tono más despreciable que pudo poner el señorito Iván:
- Y yo que tú me miraba tu enfermedad, degenerado maricón, no te quiero trabajando aquí si me vas a estar babeando todo el rato.  

Y Quirce, el de Paco el Bajo, se quedó ahí mirando a las hormigas que estaban llevando hasta su hormiguero trozos de pienso que se le habían caído a su tío el otro día. Quirce se quedó así un buen rato hasta que decidió coger el tractor de su hermano; guiado por la rabia, la ira y la cólera siguió al Land Rover del señorito Iván.  El Quirce no le quería hacer daño, solo asustarlo, solo hacerle sentir desesperado, como lo estaba él en esos momentos.  Y lo que más molestaba y dolía a Quirce, el de Paco el Bajo, es que a pesar de todo lo que le había pasado con el señorito Iván, todo lo que sabía de él y todo lo que le había dicho, Quirce seguía enamorado de esos ojos más azules que el cielo en verano. Por eso cuando se acercó por la espalda de su tío para descubrir lo que el Azarías le estaba haciendo al señorito, su primera reacción fue coger una piedra para darle a su tío y así salvarle la vida al señorito Iván. Pero entonces, este, cuando lo vio, pese a estar luchando por su vida y estar más rojo que un tomate,  miró con ojos de furia a Quirce y le exigió de la peor de las maneras que lo ayudara:
 - Vamos,  pedazo de maricón, mátalo coño, que me está ahogando. Azarías estaba solo pendiente del forcejeo que mantenía con el señorito Iván y no sabía que su sobrino estaba detrás de él intentando acabar con el sufrimiento de este pobre inocente- pensaba Quirce, el de Paco el Bajo, pero a la vez era su tío, el que cuidaba a las milanas, el que dormía a la Charito y el que se orinaba en las manos, cómo podría matarlo.
 - Será desgraciado el maricón este, ¡que lo mates!
 Le volvió a exigir el señorito Iván a Quirce y este por fin se dio cuenta de que el señorito no le iba a agradecer que él matase a su tío, que seguramente se estaría riendo de él el resto de veces que fuera al cortijo, que en algún punto se sobrepasaría con su hermana como ella le había comentado alguna vez que temía que pasase, que seguiría tratando a su padre como a un perro de caza, que el señorito Iván no lo querría nunca; y entonces bajó la piedra, la tiró al suelo, se dio media vuelta y dejó que su tío matase al señorito Iván mientras que él, Quirce, el de Paco el Bajo, se alejaba sabiendo algo más, que era él quien había dejado morir al hombre que más quería y más odiaba en este mundo. 


HELENA LINARES GIMÉNEZ, B2IH



2 comentarios:

  1. Mi felicitación más sincera para Helena por el resultado de este trabajo. Veo que ha sabido imitar muy bien el estilo de Miguel Delibes en Los Santos Inocentes. Imitando han empezado muchos escritores. Y darle tanta vida y tanta profundidad psicológica a este personaje secundario en la novela, a Quirce, es mérito propio de Helena. Así que, ¡ánimo, chica! creo que te puedes dedicar a esto de la escritura. Un saludo

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  2. Helena, estoy de acuerdo con Marisol. No solo has cumplido con el objetivo del trabajo sino que has hecho tuya la historia recreando a este personaje secundario de una forma muy original. Te felicito por ello y te animo a seguir escribiendo.

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