¿Quién dará las gracias a aquellos que lloran sobre lápidas?
El Día de los Difuntos es un día reconocido mundialmente, desde
España a Méjico, saltando de Panamá a EEUU.
No todos los países lo celebran de
la misma forma y en el mismo momento. Por ejemplo, en Canadá es
llamado el Día de la Remembranza y se celebra el 11 de noviembre y en Estados
Unidos el último lunes de mayo se celebra el Día de la Memoria.
Es una tradición, una costumbre, algo que es
inamovible, que no es susceptible de duda. Tiene gran relación con la religión,
y en algunas zonas incluso con el esoterismo. Se basa prácticamente en creer
que los muertos siguen, de alguna manera, vivos para contemplar y agradecer las
plegarias y las palabras de cariño que los que les quisieron les dedican. Las
familias (todos incluidos, si hay que obligar a los niños, se les obliga a
visitar el bonito cementerio) van a visitar las lápidas de sus muertos y les
ofrecen flores, alguna notita, unas velitas y se marchan con las mismas. “Hasta
el próximo año, querido”.
Sin embargo, lo que yo opino acerca de este día
no tiene nada que ver con esto. Las familias van en balde al cementerio,
¿quiénes creen que hay ahí abajo, bajo la lápida y a metros de tierra
escuchándoles? ¿Quiénes creen que van a agradecer su visita?
Ni que hubiera alguien, ni que hubiera algo,
¡ni que estuvieran vivos! En la fría y seca tierra tan sólo hay, desde el punto
de vista racional, materia. La materia por la que estamos compuestos todos los
seres vivos y cada cuerpo inerte. No es nada. Tan sólo partículas subatómicas
unidas formando perfectos átomos que, entre sí, constituyen las moléculas que
forman células, tejidos, órganos, aparatos y sistemas. Si hablamos para decir
cosas bonitas, es nuestro cerebro el que nos lo permite (vaya, y el cerebro es
materia). Si pensamos en lo mucho que nos preocupa un examen, es nuestro
cerebro el que lo permite (sigue siendo materia). Si sudamos por ese
nerviosismo, son las glándulas sudoríparas quienes lo permiten (más materia).
Si lloramos de rabia, es el lagrimal (materia también) el que deja escapar las
lágrimas. Si sonreímos con dulzura, si abrazamos, si besamos, si amamos… es
gracias a nuestra materia. No somos más que materia que utiliza energía para
funcionar. Por lo tanto, si los cuerpos de los muertos ya no pueden utilizar
energía, si su materia se está descomponiendo porque ha muerto, si la sangre ya
no circula por sus venas, ¿quién dará gracias a aquellos que lloran sobre las
lápidas?
Pero puedo entenderlo. Somos seres débiles y
miedosos, asustadizos. Tan sólo hay que ver cómo nos ponemos con películas de
terror, cuando nos anuncian una enfermedad grave, cuando hablamos del más allá,
del infinito, de la eternidad. Débiles por naturaleza y miedosos a la muerte y
a lo desconocido. Estos sentimientos son producidos también por el cerebro, son
pensamientos que nos desestabilizan.
No soy
la más indicada para hablar de psicología, pero me atrevo a decir que los
sentimientos están producidos por la química, reacciones entre fluidos guiados
por la ley de causa-efecto. Si el doctor te dice que han encontrado un cáncer
en tu organismo, tu cerebro interpreta el mensaje, lo procesa y elabora una
respuesta: el miedo a la muerte. En cualquier caso, también creo que estas
respuestas, estos miedos, son en parte controlables. Debemos ser capaces de
aceptar lo que llega, debemos saber controlar nuestras emociones, tratar de no
darle demasiada importancia a lo que nos hace daño. Debemos aceptar que somos
mortales. Y amar la vida, claro que sí, disfrutarla e intentar vivir mucho y
bien. Pero sin miedo a marcharnos, porque es inevitable.
Es por eso por lo que yo no me aferro a lo
irreal yendo al cementerio a visitar los restos de mis muertos. Tampoco les
rezo. El Día de los Difuntos es una forma desesperada de mantenerlos vivos, es
un engaño. Quien está libre de miedos, libre desesperación, también piensa en
sus muertos, por supuesto. Pero desde otro punto de vista: recordando los maravillosos
momentos que disfrutaron cuando estuvieron aquí, sobre la tierra y no bajo
ella. Recordando cuando él o ella reían, cuando gritaban de emoción, cuando
cantaban su canción preferida dejándose la garganta, cuando dedicaban palabras
de amor, cuando soñaban en voz alta… Capturando, simplemente, aquel momento
feliz. Esa es la belleza del ser humano, lo que nos hace especiales; esto es lo
importante y lo que debe quedar cuando cada uno de nosotros se marche. El
recuerdo y no unas flores secas.
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