Aquella mañana se sintió desfallecer. Estaba tan hambriento y exhausto que empezaba a delirar. Llevaba tres días atrapado en aquel lugar, con el brazo aplastado por aquella roca, inmóvil.
De repente abrió los ojos; era una cueva enorme. Durante el día entraban rayos de luz que iluminaban unas afiladas estalacticas que colgaban del techo.
Cuando ya caía la oscuridad y la noche se llevaba su tercer día atrapado, un pájaro amarillo, de rojo pico, se posó en su rodilla y lo miró fijamente:
- Buen hombre, solo he podido entrar a por usted convertido en pájaro; ahora puede acompañarme.
- No quiero marcharme todavía; aún puedo luchar un poco más.
Juan Manuel Sarabia, 4º A
Guau!!!
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