Cuando yo era un libro, era el sueño de muchos y la pesadilla de otros. Todos se quedaban intrigados conmigo, pero cuando terminaban, me daban de lado y me olvidaban.
Vivía en una casa de campo. Mi dueña siempre me leía sobre las verdes praderas, y yo era feliz porque conocía muchos sitios. Un día mi dueña me tiró. Me encontró un señor mayor y me llevó a su casa. Recuerdo que siempre me leía y me trataba con delicadeza. Me puso en una estantería. Allí hice muchos amigos, libros de diferentes colores. Yo era azul, con unas rayas blancas en el lomo. Mi nuevo dueño me llegó a leer infinidad de veces, pero me tenía encerrado, sin ver mundo; solo ante mí un gran salón y su gato de pelo anaranjado, que de vez en cuando intentaba tirarme de la estantería.
Un día mi dueño me olvidó; ya ni siquiera me quitaba el polvo y cada vez lo veía menos. Escuché una conversación que tuvo con sus hijos. Recuerdo que estaban hablando de no sé qué, que tenía que ingresar en el hospital, y así fue. Pasaban los días y yo nunca lo veía, hasta que un día vino su hija, me cogió y fuimos al hospital. Y lo vi ahí, con un montón de cables y muchas batas blancas alrededor. Yo no sabía qué estaba pasando, pero de repente vi a mi antigua dueña, sí, la niña que me tiró. El enfermo le dijo a la niña que me cuidara, que él se tenía que ir. Ella me reconoció al instante y vio que ese libro había sido suyo. Al día siguiente, mi dueño estaba tapado con una manta y todos lloraban. Desde ese día, mi antigua dueña me cuidó como si fuera su tesoro.
Carmen Mª Pastor Valera, 1º B
Carmen María, enhorabuena por este cuento tan bonito. Sabes que ha gustado mucho a tus compañeros/as de clase y por eso estás aquí.Sigue escribiendo con gusto, no por obligación; se te da muy bien y los que te leemos disfrutamos. Un saludo.
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