miércoles, 27 de marzo de 2019

CRÓNICA DE LA VISITA A ORIHUELA

Casa Museo del poeta Miguel Hernández
Retrato del poeta en el salón de la Casa Museo


CRONICA DE ADRIÁN CASTELLÓN GARCÍA, 
2º BACHILLERATO

Volvemos ya a Molina. Acabamos de cruzar dentro de un autobús la imaginaria línea que distingue Murcia de Alicante. El paisaje de huertas llanas y tierras secas, de cabezos y casitas se repite una y otra vez. Orihuela tiene en mi memoria, a primera vista, un tamaño prudente. A la entrada nos recibe un extenso palmeral que bien parece un motivo de "La rendición de Breda".  Una reunión de figuras verticales que alargan las hojas tiernas en busca de una nube que pinchar para ganar su agua.
  Un guía amable e ingenioso nos conduce en la primera visita: el Colegio de Santo Domingo. Hoy sus alumnos están de fiesta y la música y las voces desmedidas quiebran la paz del antiguo monasterio, la quietud de sus claustros, de sus pozos sin agua y sus serafines de piedra.
  A continuación la iglesia del Colegio. Desde su erección en el siglo XV hasta la actualidad, a través del Renacimiento o del Barroco, sus muros han escuchado las más diversas oraciones. El "horror vacui" me produce dolor en el cuello, pero es un deleite para mí la contemplación. El órgano callado, que no mudo, del siglo XVIII, las capillas, desnudas tras la guerra, el retablo del altar arrancado en parte por la barbarie fratricida y "culturoplasta".
  Regresados al exterior, menos florido que el templo, acordamos un almuerzo breve que termina por alargarse un poco y disfrutamos, al fin, de la visita por la que, primordialmente, hemos tomado hoy la carretera: la de la casa del poeta Miguel Hernández. En ella vivió desde que en 1914, a la edad de cuatro años, se mudara con su familia.Una vivienda no muy amplia si se compara con las actuales, pero suficiente si se compara con las que se podían encontrar en aquel principio del siglo XX. Tras  la casa, bien adornada    recreando el aspecto que mostraría décadas atrás, un patio con pozo y una cerca que lo divide del establo para las cabras. Para quienes, como yo, son fetichistas, estas visitas ofrecen una experiencia de inmersión en la verdad de la literatura.Cuántas madrugadas verían al poeta trajinar con los animales para ordeñar sus ubres antes de sacarlas a pacer, acaso en el monte a cuyo rocoso pie se alza el muro del huerto. Por una puerta traicionera accedemos a este y sorprende encontrar verduras cultivadas en su centro (acelgas, apio, perejil...), higos de pala y las higueras hermanas, nacidas de la progenitora a la que cantara el poeta en sus versos, que se retuerce, antigua y dura, en un rincón del huerto.
Tras disfrutar de algunos poemas recitados por estudiantes, la catedral de Orihuela, sede de la diócesis.Sorprende su parca decoración, exceptuando el coro y las vidrieras, además del retablo barroco de la capilla de Nuestra Sra. del Rosario. Debo confesar una gran admiración por la belleza del enrejado que protege el altar principal y el coro de madera labrada; hermoso complejo que representa escenas bíblicas con adornada belleza retorcida.
Al salir, el autobús, los paisajes repetidos, y este folio que ya estoy terminando. Molina nos ha envuelto con sus tejidos ásperos llenos de ruido, de ladrillos y de desagradables colores. Molina, tan distinta de Orihuela. A veces agradezco llegar a Molina. Hoy quisiera ser oriolano. Mañana, ya veremos. 


















2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Adrián, por esta crónica tan bonita, tan original. Cuánto me alegro de haber conseguido salir este curso. Un saludo

    ResponderEliminar
  2. Qué relato tan bonito, certero, sencillo y a la vez con tanto detalle. Desde luego si los responsables de cuktcul del ayuntamiento de Orihuela tuvieran oportunidad de leerlo, estoy segura de que lobutilizarusn para publicitar su ciudad. Enhorabuena Adrián, te seguiremos la pista. Y enhorabuena a esa superprofesora, Marisol, porque debes estar muy orgullosa.

    ResponderEliminar