domingo, 18 de noviembre de 2012

¿Quién dará las gracias a aquellos que lloran sobre lápidas?



¿Quién dará las gracias a aquellos que lloran sobre lápidas?
El Día de los Difuntos  es un día reconocido mundialmente, desde España a Méjico, saltando de Panamá a EEUU.
No todos los países lo celebran de la misma forma y en el mismo momento. Por ejemplo, en Canadá es llamado el Día de la Remembranza y se celebra el 11 de noviembre y en Estados Unidos el último lunes de mayo se celebra el Día de la Memoria.
Es una tradición, una costumbre, algo que es inamovible, que no es susceptible de duda. Tiene gran relación con la religión, y en algunas zonas incluso con el esoterismo. Se basa prácticamente en creer que los muertos siguen, de alguna manera, vivos para contemplar y agradecer las plegarias y las palabras de cariño que los que les quisieron les dedican. Las familias (todos incluidos, si hay que obligar a los niños, se les obliga a visitar el bonito cementerio) van a visitar las lápidas de sus muertos y les ofrecen flores, alguna notita, unas velitas y se marchan con las mismas. “Hasta el próximo año, querido”.
Sin embargo, lo que yo opino acerca de este día no tiene nada que ver con esto. Las familias van en balde al cementerio, ¿quiénes creen que hay ahí abajo, bajo la lápida y a metros de tierra escuchándoles? ¿Quiénes creen que van a agradecer su visita?
Ni que hubiera alguien, ni que hubiera algo, ¡ni que estuvieran vivos! En la fría y seca tierra tan sólo hay, desde el punto de vista racional, materia. La materia por la que estamos compuestos todos los seres vivos y cada cuerpo inerte. No es nada. Tan sólo partículas subatómicas unidas formando perfectos átomos que, entre sí, constituyen las moléculas que forman células, tejidos, órganos, aparatos y sistemas. Si hablamos para decir cosas bonitas, es nuestro cerebro el que nos lo permite (vaya, y el cerebro es materia). Si pensamos en lo mucho que nos preocupa un examen, es nuestro cerebro el que lo permite (sigue siendo materia). Si sudamos por ese nerviosismo, son las glándulas sudoríparas quienes lo permiten (más materia). Si lloramos de rabia, es el lagrimal (materia también) el que deja escapar las lágrimas. Si sonreímos con dulzura, si abrazamos, si besamos, si amamos… es gracias a nuestra materia. No somos más que materia que utiliza energía para funcionar. Por lo tanto, si los cuerpos de los muertos ya no pueden utilizar energía, si su materia se está descomponiendo porque ha muerto, si la sangre ya no circula por sus venas, ¿quién dará gracias a aquellos que lloran sobre las lápidas?
Pero puedo entenderlo. Somos seres débiles y miedosos, asustadizos. Tan sólo hay que ver cómo nos ponemos con películas de terror, cuando nos anuncian una enfermedad grave, cuando hablamos del más allá, del infinito, de la eternidad. Débiles por naturaleza y miedosos a la muerte y a lo desconocido. Estos sentimientos son producidos también por el cerebro, son pensamientos que nos desestabilizan.
 No soy la más indicada para hablar de psicología, pero me atrevo a decir que los sentimientos están producidos por la química, reacciones entre fluidos guiados por la ley de causa-efecto. Si el doctor te dice que han encontrado un cáncer en tu organismo, tu cerebro interpreta el mensaje, lo procesa y elabora una respuesta: el miedo a la muerte. En cualquier caso, también creo que estas respuestas, estos miedos, son en parte controlables. Debemos ser capaces de aceptar lo que llega, debemos saber controlar nuestras emociones, tratar de no darle demasiada importancia a lo que nos hace daño. Debemos aceptar que somos mortales. Y amar la vida, claro que sí, disfrutarla e intentar vivir mucho y bien. Pero sin miedo a marcharnos, porque es inevitable.
Es por eso por lo que yo no me aferro a lo irreal yendo al cementerio a visitar los restos de mis muertos. Tampoco les rezo. El Día de los Difuntos es una forma desesperada de mantenerlos vivos, es un engaño. Quien está libre de miedos, libre desesperación, también piensa en sus muertos, por supuesto. Pero desde otro punto de vista: recordando los maravillosos momentos que disfrutaron cuando estuvieron aquí, sobre la tierra y no bajo ella. Recordando cuando él o ella reían, cuando gritaban de emoción, cuando cantaban su canción preferida dejándose la garganta, cuando dedicaban palabras de amor, cuando soñaban en voz alta… Capturando, simplemente, aquel momento feliz. Esa es la belleza del ser humano, lo que nos hace especiales; esto es lo importante y lo que debe quedar cuando cada uno de nosotros se marche. El recuerdo y no unas flores secas.

                                                                                              Mª Dolores López

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