ASESINATO PURO, por Lyván González de 2º A

7:39

He quedado con Ramón Prieto, hijo de un camello.

Me ha llamado hace veinte minutos y con voz imponente ha dicho que quiere hablar conmigo. Será a las 11:10 de la noche en la calle Alberto el Tuerto, y lo peor es que no sé el tema que vamos a tratar.

¡Sí!, estoy nervioso y un poco asustado.

Lo acusan de asesinato pero ha salido inocente con un buen abogado.

11:05

Estoy llegando a la calle. No hay casi luz, hay tres farolas solo vale la del medio. Me voy acercando lentamente sin hacer ruido.

-¡Ginés!- Dijo una voz ruda.

Cuando me di la vuelta, me golpearon y me taparon la cabeza.

1:32

Me echaron un cubo de agua fría a la cara. Mareado y dolorido del golpe, abrí los ojos. Veía borroso, pero poco a poco fui recuperando la visión. Era El Chipi, socio de Ramón Prieto. Un hombre sin escrúpulos capaz de vender a su familia por dinero. Era bajo, metro cincuenta y algo, corpulento y un poco torpe.

Me interrogaron sobre la muerte de Adela, una chica recientemente violada y descuartizada; era su novia.

La pregunta era ¿Por qué a mí?, ¿Qué le haría pensar o dudar de mí, un amigo de la infancia? La última vez que la vieron fue en mi compañía. Yo no sabía nada, así que no pude contestar. Estaba atado de pies y manos. Ellos se fueron y me dejaron solo ahí, en ese oscuro y frío lugar. Parecía una nave abandonada, con algunos cristales rotos y con un paño de humedad en las paredes.

Lo que ellos no sabían era una extraña habilidad que yo tenía: era desencajar las muñecas y soltarme. Lo hice y pude escapar gracias a la ayuda de la silla al estamparla contra la ventana.